El sistema de evaluación por
pares, a pesar de las muchas perversiones a las que pueda estar sujeto, me
parece bastante operativo y justo. Ahora bien, creo que podría ser mejorable.
Normalmente, el editor envía los borradores a referees que conoce, y que sabe que son expertos en el campo en cuestión.
Estos no saben quién es el autor del borrador, y el autor a su vez no sabe
quiénes son ellos. Se establece así, un sistema parecido en cierta manera al de
“doble ciego” empleado en los ensayos clínicos, esto es: ni el paciente, ni el médico
que lo trata, saben si el medicamento experimental que se está empleando es
verdadero o es placebo. Esto es el modo habitual de efectuar los ensayos
clínicos, para evitar que las expectativas del médico afecten al resultado
clínico (efecto de las expectativas o efecto Pigmalión).
No obstante, en ciertos ensayos
clínicos se ha ido un paso más allá, y ni el paciente, ni el médico que lo
trata, ni tampoco el responsable del
ensayo clínico, saben a qué paciente se le ha suministrado placebo y a qué
paciente no. Este sistema, conocido como triple ciego, trata de evitar que el
médico pueda deducir información por el hecho de contactar con el gestor del
ensayo clínico.
Pienso que un sistema similar se
podría implementar en las peer reviews.
El editor no tiene por qué saber la identidad de los referees, valdría con que enviara los manuscritos a personas expertas
que a su vez eligieran a los referees. Creo que esto serviría para minimizar el
riesgo de manipulaciones espurias, y que haría más transparente el papel del editor.
Otro tema es el uso que se hace de
las publicaciones en el mundo académico. Si bien la necesidad de contar con
indicadores de calidad es incontestable, en la práctica mi impresión es que el
elevado nivel de exigencia en las publicaciones internacionales es lo que
finalmente acaba condicionando la trayectoria profesional en las universidades
(al menos, en el campo biosanitario, y en España). Esto es, el papel de la
Universidad como generadora y transmisora
de conocimiento queda cojo respecto al segundo aspecto, ya que los
profesionales que trabajan en ella ven inexorablemente condicionado su futuro
profesional a la publicación en revistas de prestigio, y por tanto en ello
invierten la mayor parte de su tiempo y esfuerzo, relegando así algo tan
importante como la formación de los alumnos a un segundo plano.
Por último, la idea de que la
métrica de referencia en las publicaciones científicas, esto es, el índice de
impacto, tenga un baremo relativo según el campo de conocimiento, siempre se me
ha antojado absurda. No debería ser difícil construir otra métrica que
ponderase el factor de impacto según el campo del conocimiento del que se
trate, pudiendo así establecer comparaciones estandarizadas entre la calidad de
publicaciones en áreas diferentes.